Herman Melville, el creador de la gran novela americana
Se cumplen 200 años del nacimiento del autor de «Moby Dick», olvidado por su siglo y elevado después al altar de la posteridad
Por Miguel Ángel Barroso, del periódico ABC.es. Tomado con fines académicos para la Escuela de Ciencias de la Comunicación
Toc, toc, toc, toc… Un paso de marfil, y luego otro, y otro, resonando en el alcázar del barco. Cada impacto de su miembro muerto suena como el golpeteo sobre un ataúd y aterroriza a los marineros que intentan pegar ojo. El océano en calma esconde sus monstruos y el Pequod muestra los suyos a la luz de la luna. Insomne, camina sobre la vida y la muerte al tiempo que su obsesión camina sobre su mente, poseyéndolo. «Ellos me creen loco. ¡Pero yo soy demoníaco, soy la locura enajenada!», exclama. Dice Ismael -trasunto del escritor- en un pasaje de Moby Dick: «Amontonó sobre la blanca joroba de la ballena la suma de toda la cólera y el odio sentidos por toda su raza, desde Adán hasta el presente. La herida más grave que le había dejado no fue arrancarle la pierna, sino el alma. De ese mal uno nunca se cura». Y en la arenga del capitán Ahab a la tripulación del Pequod -ese carromato de la venganza rumbo al infierno- para que le secunden en la caza del leviatán que le desarboló están las oberturas de los locos del siglo XX.
Lector voraz
Herman Melville nació en Nueva York el 1 de agosto de 1819 y murió en la misma ciudad en 1891 olvidado por un siglo plagado de cumbres literarias, acuciado por las deudas y atormentado por el suicidio de su hijo mayor. El inventor de la gran novela americana, poeta, crítico literario, lector impenitente, aventurero, fue elevado al altar de la posteridad años después, no solo por su obra maestra, Moby Dick, sino por un puñado de extraordinarios relatos (Bartleby, el escribiente, un cuento existencialista, antecedente kafkiano; y Benito Cereno, donde desnuda la falsa «inocencia americana» ante el racismo y la esclavitud). Empapado de la obra de los poetas del Romanticismo (Coleridge, Byron, Keats, Southey, Goethe, Schiller), de los ensayos de Emerson y Thoreau, en Melville encontramos también la huella de otro notable cuentista estadounidense y amigo, el «gótico» Nathaniel Hawthorne, y de Milton, Shakespeare y la Biblia -fuente de citas en Moby Dick-.
Tercero de ocho hermanos, la prematura muerte de su padre, deprimido tras quebrar en 1830 su negocio de importación de productos europeos, le obligó a buscarse la vida desde muy joven en diversos oficios -maestro rural, empleado de aduanas-, pero fue la seducción del mar lo que acabó marcándole. Enrolado en varios balleneros, sus andanzas incluyen una deserción, el cautiverio en manos de una de las tribus con peor reputación de canibalismo en los Mares del Sur, huida, prisión en Tahití, vagabundeo en las Islas de la Sociedad y, finalmente, servicio como marinero raso en una fragata de la marina norteamericana, experiencias que le proporcionaron un material muy valioso: sus dos primeras obras, Taipi, un clásico de la novela de aventuras, y Omú, mezclan elementos autobiográficos y novelescos, y le sirvieron de carta de presentación en los círculos literarios de Nueva York (y también sociales: así conoció a Elizabeth Shaw, hija de un afamado juez de Boston, con la que se casó en 1847). Antes de que el malditismo le alcanzara -en gran parte debido a la epopeya sobre la ballena blanca-, colaboró en la revista Literary World y publicó tres libros más, Mardi, Redburn y Chaqueta Blanca, inspirados igualmente en su experiencia en el mar.
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