CICH: La medicina como dóxa y el COVID-19
La pandemia de COVID-19 (acrónimo del inglés coronavirus disease) fue declarada por la OMS el 11 de marzo de 2020; se trata de una enfermedad altamente infecciosa causada por el virus SARSCoV-2, la cual se detectó por primera vez en la ciudad china de Wuhan (provincia de Hubei) en diciembre de 2019. El exacerbado contagio a nivel global y en escalas significativas ha comenzado a generar serios problemas sanitarios y económicos en todos los países. También se han generado diversos debates sobre el origen, causas, impactos y medidas en torno a esta crisis global.
Desde la Universidad Dr. José Matías Delgado, a través de su Centro de Investigaciones en Ciencias y Humanidades (CICH), proponemos esta reflexión interdisciplinaria para generar un registro de nuestra preocupación científica y para compartir con la comunidad académica y la sociedad algunas ideas importantes, desde reflexiones teóricas hasta propuestas de abordaje.
Este día iniciamos con la publicación de una serie de reflexiones elaboradas por el equipo de investigadores del Centro de investigaciones en Ciencias y Humanidades CICH apuntan ideas claves desde la perspectiva científica, ideas necesarias y fundamentales para abordar y sobreponernos a la crisis, y sobre todo una reflexión para recuperar la anhelada normalización.
CICH: La medicina como dóxa y el COVID-19
David E. López -Dr. en Filosofía – Investigador del Centro de Investigaciones en Ciencias y Humanidades (CICH) Universidad Dr. José Matías Delgado – davidelopez@hotmail.com
Resumen
Este ensayo analiza, desde la perspectiva de la filosofía, las opiniones en torno al origen, las formas de propagación y la profilaxis para el COVID-19. Se discute la cientificidad de estas opiniones, se recuerda la diferencia entre dóxa y epistēme como formas distintas de conocimiento y se dan propuestas para enfrentar la crisis por el COVID-19 de una forma más integral, no sólo desde su aspecto médico, sino también desde aspectos sociales como la organización y la solidaridad y desde una visión que integre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu, no que las separe y deje de lado estas últimas.
Palabras clave: Filosofía, COVID-19, ciencias del espíritu, Humanidades
En torno al origen, propagación, forma de combate y consecuencias de la pandemia del corona virus, se han dicho tantas cosas que pueden escribirse en este momento varios libros al respecto, y muchas toneladas de papel no bastarían para registrar lo que el ingenio, la investigación y la opinión seria han expresado. Menos mal que en la era de la cuarta revolución no ha sido necesario talar árboles para imprimir tales ideas, de lo contrario habríamos ocasionado un daño mayor a la naturaleza. Añadamos una opinión más a las ya expresadas, centrándonos sobre todo en torno al origen, las formas de propagación y a la profilaxis.
Resumamos las opiniones expresadas en torno al origen del virus, del que no se discute el locus, pero sí su causa u origen. Una primera opinión asegura que el virus fue transmitido de animales a humanos, debido a la costumbre china de comercializar y comer animales exóticos que no suelen ser consumidos en parte alguna del mundo; dentro de estos animales es el murciélago el que lleva la delantera, si bien no se escapan las serpientes ni los pobres pangolines como posibles causantes. La segunda opinión señala que el virus se origina por un accidente en la manipulación biotecnológica en un laboratorio chino; el descuido y la desprotección, se indica, habrían ocasionado que se escapara el virus. Este riesgo habría sido advertido por organismos de inteligencia occidental en su debido momento, esto es, hace unos dos años.
Luego de estas dos opiniones, tenemos otras mucho más fantásticas, pero no por ello menos creativas. La tercera opinión se agrupa en la así llamada teoría de la conspiración: el virus es creación humana intencional, y habría sido fabricado en laboratorio como arma biológica en contra de enemigos de China y para diezmar la población mundial, debido al gran problema que supone la sobre población en materia de recursos, pobreza y daño al medio ambiente. Por último tenemos la teoría de la profecía cumplida o de la maldición divina, la que en esencia dice así: las profecías del Antiguo Testamento habían anunciado que Yahvé enviaría un gran mal a todas las naciones de manera simultánea en castigo por el pecado de desobediencia e idolatría, y que los muertos serán tan numerosos que no podrán ser recogidos, llorados ni enterrados. Para robustecer esta profecía y su cumplimiento en la pandemia del corona virus se cita con frecuencia el texto de Jeremías 25: 32-33, que en su contexto se dirige, muy probablemente, a los enemigos de Israel a finales del siglo VII a.C., cuando cae Asiria y empieza a surgir el imperio babilonio, tiempos turbulentos en el Oriente medio y que presagiarán el exilio posterior, probablemente. En este último caso, la solución es fácil: el creyente está protegido con el manto sagrado si se congrega y ora con fe, y no faltan pastores, profetas y videntes que ofrezcan a bajo precio ungüentos y gel sagrado que pulverizan en segundos el virus.
El problema es que a pesar de todas las preces y las untadas con gel sagrado, las muertes se cuentan por centenares de miles y los contagiados por millones; en Lombardía, norte de Italia, por ejemplo, más de 60 sacerdotes han muerto víctimas del corona virus, y algunos de ellos de manera heroica.
Hombres de mucha fe, de poca fe, agnósticos y ateos mueren por igual. El que cree, se contagia o muere; y el que no cree, también. El que cree, se contagia o muere por creyente; y el que no, por ignorante.
Sobre la forma de transmisión del virus se han dicho muchas cosas que rayan con la mera opinión o impresión. Que se transmite por contacto con secreciones nasales o bucales, que viaja por el aire y el espacio, que se pega al pelo, a los brazos, a la ropa y a los zapatos. Después de estas opiniones el contagio se circunscribió a la tos, estornudo y secreciones bucales de personas contagiadas, lo que validó de nuevo el uso de mascarillas y la distancia social como formas privilegiadas de prevención. En fin, pululan las opiniones médicas y de expertos epidemiólogos sobre las formas de transmisión y de contagio. Y todo esto en nombre de la epistēme médica.
En cuanto a cómo enfrentar médicamente la pandemia, nuestro segundo punto de opinión, las respuestas son más variadas que aquellas en torno al origen. Hagamos, al igual que en el punto anterior, un resumen que recoja las principales opiniones. Las medidas profilácticas: dentro de ellas se destaca el aislamiento y el distanciamiento social, la higiene, sanitizar espacios con hipoclorito de sodio y amoníaco y el usar mascarillas, entre otras. La curación, en sentido estricto, tiene múltiples rostros: el uso de hidroxicloroquina, analgésicos, antibióticos y antiinflamatorios o, visto que el virus genera adelgazamiento de la sangre y también microcoágulos, se hace necesario usar anticoagulantes. No ha faltado algún médico fetichista que haya dicho que el corona virus se cura haciendo gárgaras con agua salada, té de chichipince, tomando agua de cangrejo tres veces al día, cortando una cebolla en cruz y echándola a los frijoles mientras hierven, o bañándose con ruda tres veces al día, mientras se invoca a San Simón… No escasea quien diga que el corona virus se cura con inyecciones de desinfectantes, portando amuletos contramágicos, como el ojo de venado y la pulsera roja, usando la ropa interior al revés o con la piedra filosofal, que W. von Dilthey dice que algunos científicos buscan todavía, y sobre todo algunos médicos en esta pandemia…
¿Qué pasaría si se hiciera caso a cada uno de estos sabios?, ¿es ciencia lo que afirman? Es obvio que todos envuelven sus afirmaciones con el manto de la ciencia, debido a que en la sociedad globalizada decir que algo es científico es igual a afirmar que es verdadero, como acertadamente dice Antonio González, el gran filósofo español actual, entre otros pensadores contemporáneos. Con ello se equipara la afirmación científica a la verdad religiosa y de fe: lo dice la Biblia, lo dice el pastor, lo dice el Papa, lo dice la tradición, y por eso debe ser verdadero. Lo dice la ciencia médica, y por eso es verdadero…
¿Son verdades científicas estas afirmaciones? Uno de los más grandes méritos de los griegos en materia epistemológica, y sobre todo en Platón, en su República, es haber realizado la clara distinción entre dóxa y epistēme. Igualmente, uno de los grandes logros de su filosofía política es el haber construido un concepto de Estado, por primera vez en la historia humana. Con respecto a lo primero, la dóxa, Platón se refiere a un conocimiento aproximado, fruto de nuestra pertenencia social, de nuestras costumbres, y que nos orienta en la vida; pero que no nos dice lo que las cosas son. Al igual que el mito, la dóxa es un claroscuro de verdad y de mentira, como sabiamente afirma en el Simposio. La dóxa, por otro lado, es necesaria. No podemos vivir sin ella, pero debe estar adecuadamente situada en su lugar social y en la escala de conocimiento. La epistēme, en cambio, es un conocimiento verdadero, no un tanteo en la oscuridad, como dice Locke de la experiencia; es el resultado del estudio y de la reflexión, y nos dice lo que las cosas son. Aristóteles le llamará un conocimiento por causas –el scire per causas, de Santo Tomás–, afirmando que conocemos algo cuando sabemos las causas que lo ocasionan.
La pregunta que ahora se nos viene a las mentes es la siguiente: ¿son las afirmaciones médicas en torno al COVID-19 afirmaciones científicas? Pienso que pocas personas, en su sano uso de la razón, en su forma pura o práctica, responderán afirmativamente esta pregunta, excepto no pocos médicos. Pareciera que la medicina se ha convertido en un arte de curar, como señala W. Jaeger, al comparar la medicina griega con la actual; en cambio, indica, para los griegos la medicina era prevención y medidas higiénicas, a lo que los hipocráticos llamaban hygieina, partía de una teoría, una teoría de la naturaleza. Por el modo de responder médicamente a la pandemia y por la degeneración de la medicina en arte de curar enfermos, es obvio que es muy arriesgado y temerario llamarla epistēme. Es un saber tan arriesgado como la hermenéutica literaria o bíblica, la cual se aventura a postular una comprensión de un texto del pasado o del presente y a hacerlo comprensible al hombre de hoy; pero esta comprensión es consciente de sí misma –es una comprensión del modo de comprender, como afirma Gadamer en una especie de trabalenguas–, y como insiste Schleiermacher, el padre de la hermenéutica moderna, tiene mucho de adivinanza; no pretende ser ciencia exacta, natural, nomotética, o como se le quiera llamar a determinadas ciencias. El problema no radica en la adivinanza, si se es consciente de ello; su inmoralidad reside en presentar a la sociedad la conjetura y la adivinanza como epistēme.
Yuval Noah Harari, el joven erudito judío, filósofo de Oxford, en uno de sus últimos libros de antropología filosófica y de historia, titulado Homo Deus: A Brief History of Tomorrow, afirma que la humanidad ha atravesado por tres grandes problemas: el hambre, las guerras y las pestes o enfermedades, y que todas ellas las ha vencido. Hoy, declara triunfalmente, es más fácil morir de obesidad que de hambre; las guerras son meros espejismos y las pestes han sido vencidas. Esto hace que el ser humano se haya convertido en dios o, al menos, en semi dios. El nuevo desafío de la humanidad es la prolongación de la vida y la obtención de la inmortalidad, aquel sueño inconcluso del rey Gilgamesh.
Muy pronto, sin embargo, nos damos cuenta de nuestro engaño. No hemos vencido nada ni hemos ganado guerra alguna. La fragilidad y la fugacidad de la condición humana nos lo hacen ver: somos frágiles, no somos dioses ni semidioses, pero mucho menos demonios. La pandemia del corona virus da un mentís a las afirmaciones de Harari, como señaló recientemente el periódico español El País, pero también pone a prueba y hasta niega la cientificidad de la ciencia médica o, dicho de otra forma, cuestiona el estatuto epistemológico de la medicina, ciencia que se creía que era la que más había avanzado en la actualidad.
¿Cómo enfrentar el corona virus? Parece que el corona virus no debe ser enfrentado sólo mediante la medicina, sino que debe ser enfrentado también y sobre todo con la organización, con el sentido del deber moral y con la solidaridad –hay experiencias de organización popular al respecto muy aleccionadoras–, y no solo ni principalmente con hidroxicloroquina, antibióticos o antiinflamatorios. ¡Qué problema cuando se da una separación tajante entre las ciencias de la naturaleza (Naturwissenschaften) y las ciencias del espíritu (Geisteswissenschaften)! Y qué peligrosas consecuencias puede traer a la humanidad cuando la rectoría del conocimiento no está en manos de las ciencias del espíritu, o las Geisteswissenschaften que señalaba W. von Humboldt, y que apunta la Dilthey, entre otros.
Santa Ana, El Salvador, 28 de abril de 2020