Efectos del COVID-19: Lanzarnos al agua, no nos queda de otra. Eso sí, con cierta racionalidad.
La educación no presencial ofrece una alternativa interesante y viable para continuar el proceso formativo de las nuevas generaciones a la altura de las necesidades de la sociedad actual. La educación virtual en Educación Superior ha venido para quedarse.
Por Ricardo Chacón, director de la Escuela de Ciencias de la Comunicación
El 13 de marzo, cuando se suspenden las clases en todo el país a causa de la pandemia de coronavirus, comienza una nueva etapa en la educación en El Salvador y en el mundo entero. La educación no presencial no solo ha sacado las “castañas del fuego” del año escolar, al darle continuidad a los cursos en sus diferentes niveles educativos, sino que ofrece una alternativa interesante y viable para continuar el proceso formativo de las nuevas generaciones a la altura de las necesidades de la sociedad actual. La educación no presencial ha llegado para quedarse.
Déjenme dar un rodeo primero. Este es un circunloquio para los letrados: la crisis que abarca no solo la dimensión sanitaria, sino económica, política y social, trastoca los fundamentos de la sociedad y de la vida cotidiana actual: en la sociedad moderna, nunca antes una pandemia arrinconó en sus casos a los ciudadanos de la mayoría de países del mundo. En los últimos siglos, ni siquiera durante las guerras mundiales hubo un “parón” abrupto del engranaje productivo e industrial. ¿Y qué decir, de las modificaciones en los patrones de compra y consumo? Hoy los productos “necesarios” adquieren nuevamente su estatus de prioritarios e indispensables para la sobrevivencia.
En China, concretamente en Wuhan, donde la epidemia inició su imparable expansión, los ciudadanos prácticamente han estado encerrados dos meses, y ahora que, al parecer, han controlado el virus, los chinos apenas salen de sus residencias en medio de grandes medidas de seguridad, para no recaer. Esto mismo se vislumbra en Italia, España, Estados Unidos o en nuestro pequeño país, ahora golpeado directamente por la pandemia.
Hoy más que nunca el internet y las diferentes plataformas de comunicación se han convertido en las herramientas esenciales para la relación entre los individuos con sus vecinos, amigos y familiares. Pero además, el fenómeno trasciende el ámbito familiar y entramos a lo productivo y social, de tal forma que el tele trabajo hace su aparición de manera masiva y fundamental para “no parar el mundo”, y, por supuesto, la educación a distancia no se queda atrás.
Hay un puntito teórico-práctico que nos abre varias interrogantes y que no quiero dejar por fuera en este circunloquio: la sociedad del conocimiento y la sociedad real productiva, ¿son distintas?, ¿se complementan?, ¿tienen lógicas diferentes? Me explicó: cultivar los productos básicos en el campo, alimentar el ganado, producir los alimentos, hacer la ropa, los zapatos o construir todos los productos que van desde los enseres hogareños hasta los industriales propios de la pequeña, mediana o gran industria… ¿se pueden tele trabajar?
En este contexto, y volviendo al tema, la educación no presencial forma parte de tres fenómenos claves: uno, es parte de las nuevas realidades de la sociedad, que usa casi “cotidianamente” la web y las redes sociales desde acá y en este ámbito. Los ciudadanos se formaran, no hay de otra. Dos, se requiere personas y ciudadanos con competencias nuevas para enfrentar los problemas de la sociedad actual y del futuro, sin olvidar que tenemos “materias pendientes cruciales”, relacionadas con la pobreza y la marginación. Esto es tan simple y tan complejo que hay amplios sectores de la población salvadoreña y mundial que carecen de los servicios básicos en medio de la “sociedad del conocimiento”.
Y tres, los métodos y herramientas tradicionales, que se han venido utilizando en distintas áreas de la vida cotidiana, incluida la educación como institución modalizadora de la ética y la moral, deberá dar paso a nuevos desafíos propios de la sociedad del conocimiento y de la realidad virtual.
Así las cosas, sentarse frente a una computadora e iniciar una video conferencia con nuestros alumnos para tratar tal o cual punto del programa no basta. Hay que ir más allá. Tampoco podemos entender que la educación a distancia, la virtual, no puede reproducir, ni mucho menos sustituir, los “horarios de clases presenciales”, ni se trata tampoco de estar en permanente chat con los jóvenes, muchos menos cargarlos de tareas como si estas sustituyeran “el tiempo libre” de la cuarentena.
Tenemos que estar conscientes de que la educación a distancia que ahora se desarrolla en nuestras instituciones educativas, y probablemente llegará hasta mayo, si bien nos va con la crisis del coronavirus, nos debe hacer caer en la cuenta de que la educación virtual ha llegado para quedarse en nuestra sociedad. Sin embargo, apenas estamos probando sus beneficios y la potencialidad que esta tiene.
Aun así, el desafío para convertir a esta forma de aprendizaje en un modelo de educación estable y sostenible en nuestro El Salvador requiere al menos de tres líneas de acción decisiva: uno, trabajar muy duro para formar profesores, administrativos de la educación y, en general, reconvertir los centros de estudios superiores para que puedan trabajar con la modalidad de la educación a distancia, particularmente la virtual. Esto pasa por tomar conciencia de nuestra realidad. Ahora tenemos la oportunidad de hacerlo con la crisis. Es, quizás, la única ventaja que esta tiene sobre la presencial, aunque no solo porque “se amplia hasta la casa en un período de cuarentena”, sino porque pone en el centro de la educación al sujeto, al estudiante, a la persona como artífice de su formación, tratando de dar respuesta a las necesidades de la sociedad actual.
Un segundo punto requiere, pero en serio, construir la infraestructura propia para desarrollar de manera robusta la educación a distancia. No se trata simplemente de poner al servicio de la sociedad a servidores sólidos que aguanten la carga y ampliar el ancho de banda (y poder así conectarse todo el mundo, sí todos, como lo hacemos con el aire que respiramos), sino también implica desarrollar el mundo de las aplicaciones y de las plataformas de interconexión.
Aquí hay un punto que puede hacer la diferencia en países con subdesarrollo y exclusión como nuestro El Salvador, al permitir una conexión “universal” a muy bajo costo o gratuita, que permita a los ciudadanos conectarse con facilidad. Nuestro país es pequeño en territorio. Convertirlo en un espacio total con acceso libre a internet, con un ancho de banda suficiente, nos daría una ventaja competitiva sin igual.
Un tercer punto, no se sí igual o más complicado que los anteriores dos, es la visión de país de mediano y largo plazo. Es necesario que esta sociedad haga cambiar a todos sus actores, sector privado y público, la clase política y, en general, a todas las fuerzas vivas y las ponga a caminar, en conjunto, para alcanzar los logros de país, particularmente en un modelo educativo moderno y eficaz, envolvente y sobre todo incluyente.
Quiero finalizar con una idea que conlleva este planteamiento: el trabajo cooperativo en entornos virtuales de aprendizaje. Monsse Guitert y Ferran Jiménez, en un trabajo teórico sobre el tema, cita a autores como Johnson y Johnson (1989), Slavin (1990), y Echeita (1995) que coinciden en plantear que los miembros del trabajo cooperativo en entornos virtuales, “deben trabajar en condiciones adecuadas para resolver un problema de manera conjunta, teniendo en cuenta que cualquier tarea no es apropiada para favorecer el aprendizaje cooperativo. La resolución de problemas en forma compartida permite adquirir habilidades como: el intercambio de ideas, la negociación de puntos de vista diferentes, la confrontación en posturas opuestas, la resolución de conflictos positivamente, etc. En definitiva, el trabajo cooperativo favorece la integración de una serie de conocimientos, habilidades, aptitudes y actitudes consideradas importantes como aproximación a aquellos requerimientos que plantea el mundo laboral actual”.