Liberación y la tentación totalitaria, dos cuestiones que la historia recordará de Daniel Ortega en Nicaragua
Lo dice con claridad Sergio Ramírez: “creo que Ortega no entró en el siglo XXI. La figura de caudillo en América Latina, que es bastante rural, ya no tiene cabida. El 70% de la población tiene menos de 30 años, y está haciendo lo que mi generación hizo contra Somoza”.
Lo que surgió como un descontento ciudadano a una reforma de la ley sobre las pensiones propuesta por Daniel Ortega, se convirtió en una protesta masiva y permanente que tiene como finalidad acabar con el período del actual presidente de Nicaragua. Desde abril de 2018 la represión ha estado a la orden del día. Al menos cuatrocientos muertos han dejado las revueltas y un número prácticamente igual de presos políticos acusados y juzgados como terroristas. La economía frágil montada en un sistema de componendas se resquebraja aceleradamente cuando los actores aliados el régimen lo abandonan. Y, sobre todo, no hay indicios de que el presidente escuche las demandas populares.
Sin duda alguna, Daniel Ortega será recordado por la historia como uno de los actores decisivos en el derrocamiento de Anastasio Somoza en 1979, y con ello levantó la esperanza de una nueva generación, de una nueva izquierda abierta y democrática que haría de la tierra de poetas y lagos un país más justo e igualitario. Pero, además, Ortega será recordado como el hombre que sustituyó y renovó con nueva fuerza las ideas totalitarias. Con la metralla no solo se mantiene hoy en el poder, sino que reprime con fiereza a una juventud que desde hace cuatro meses pide el fin de su gobierno y el de su esposa, la vicepresidenta del país, Rosario Murillo.
Jean Francisco Revel, en su libro “La tentación totalitaria”, dice con claridad y contundencia: “¡Cuántas veces no hemos visto, en los últimos veinte o treinta años, a los dirigentes de un movimiento de liberación nacional, estimables y hasta heroicos, luchar y hacer lugar para conseguir la independencia, y cuando la alcanzan, acaparan el nuevo Estado para esclavizar al pueblo liberado a sus ideas fijas, a su afán de poder y a sus delirios de grandeza en política extranjera!”
Pareciera que, en el fondo del corazón de todo “caudillo”, existe ese pequeño núcleo de origen estalinista que lleva a actuar con fuerza y dureza para mantener el poder. El mismo Ravel sostiene en otra parte de su libro, que “los tres factores internos que conducen al estalinismo son el subdesarrollo económico, el odio a todo dominio extranjero y la falta de experiencia de una democracia pluralista. A esto hay que añadir un factor externo: el apoyo de la Unión Soviética (ahora circunscrita a la Rusia de Putin) o de China, según el caso, con miras a crear sistemas satélites, ya en el contexto de su rivalidad con los Estados Unidos, ya en el deseo mutuo de rivalidad (entre ambas potencias)”.